GLORIA RODRíGUEZ, SENADORA: “QUE NO ME PONGAN DE EJEMPLO DE NADA. SOY UNA EXCEPCIóN”

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Uruguay se ha tomado su tiempo, 190 años de vida institucional, para ver en una banca del Senado a una descendiente de los esclavos africanos que se comerciaron como ganado en estas tierras hasta 1842. Para conseguirlo, Gloria Rodríguez (Melo, 63 años) asegura que debió trabajar el triple que sus correligionarios. “Las mujeres tenemos que hacer de Supermarías, mientras que cualquier Juancito llega”, afirma en una conversación con América Futura en el despacho que ocupa desde 2020 como senadora del oficialista Partido Nacional (centroderecha).

En su caso, este salto a la política implicó dejar atrás la vida en Cerro Largo (noreste del país) y mudarse a Montevideo hace más de 30 años para tratar la enfermedad motriz que afectaba a Claudio, el mayor de sus dos hijos. Llegó a la capital uruguaya con ellos, su bisabuela y el perro familiar, separada de su marido, sin empleo y casi ninguna referencia. Desde entonces, participó en organizaciones civiles por la igualdad de oportunidades, trabajó en el ámbito educativo y militó en el Partido Nacional, siguiendo la tradición conservadora familiar, que ella matizó con una mirada social poco complaciente. “Esta gurisa [chica] es comunista”, solía decir su padre cuando Gloria cuestionaba el statu quo provinciano.

Estando en su tierra, Rodríguez se cuestionó tempranamente por qué muchos patrones blancos estancieros embarazaban a las sirvientas negras, como fue el caso de su bisabuela, sin que nadie se inmutara. “Me molestaba la pasividad con que se aceptaban esas cosas”, dice. También le dio por preguntarse por qué en su ciudad natal, Melo, los estatutos del Club Unión prohibían la entrada a las “personas de color” hasta finales del siglo XX. Y cuestionba por qué era ella la única persona negra de su generación que había terminado el bachillerato.

Con Rodríguez, entró al Senado uruguayo el retrato de una época que incomoda al Uruguay “que se autopercibe no discriminador”, al decir de sus propias palabras. También la fotografía actual de un país donde la población afrodescendiente (unas 340.000 personas, el 10% de sus habitantes) mantiene índices de pobreza (17%) que duplican los registrados entre la población blanca. La senadora rebate con esos y otros datos a los predicadores de la meritocracia. “Que no me pongan de ejemplo de nada, llegué por excepción”, insiste.

Pregunta. Es muy común escuchar que la sociedad uruguaya “desciende de los barcos”, siempre en referencia a la inmigración europea, nunca a los miles que llegaron esclavizados desde África. ¿A qué adjudica ese recorte histórico?

Respuesta. No es una novedad que en Uruguay hay una ola de migrantes caribeños, que equilibró su estancado crecimiento demográfico. Muchas veces veo que hay rechazo y escucho decir: “Ay, los inmigrantes, que nos sacan el trabajo”. ¡Caramba! Se olvidan de cuántos llegamos en los barcos. Unos huyendo de las hambrunas, de las pestes…Y nosotros, esclavizados. Pero no nos tienen en cuenta, hemos sido invisibilizados, también para ocultar cómo llegamos. Los uruguayos, que se autoperciben no discriminadores, ¿cómo van a decir que acá se recibía a los negros para venderlos como animales?

P. ¿Qué sentido tendría ese ocultamiento?

R. ¿Quiénes han escrito la historia? Los que han tenido poder. ¿Qué tenían esas personas? Esclavos. ¿Van a reconocer que tenían a seres humanos como animales? Jamás. En este país hay fortunas hechas por los rematadores que vendían a los negros. Son hechos que realmente llenan de vergüenza. Entonces, se invisibiliza. No existe. En el proceso de la reforma educativa [vigente desde 2023], me reuní con las autoridades para exigirles nuestra presencia. Logramos avanzar a pasos muy cortos, como publicar las fechas importantes para nuestro colectivo y reconocer que formamos parte de la construcción de esta patria.

P. Los datos del Censo 2023 relacionados con la población afro aún no se han publicado, pero fuentes oficiales estiman que representa el 10% de los 3,4 millones de habitantes de Uruguay. ¿Es así?

R. Cuando estaban preparando el Censo me reuní con las autoridades del INE [Instituto Nacional de Estadística] para decirles que queríamos saber cuántos negros somos en este país. Hoy sé cuántos perros hay en Uruguay [1,4 millones, según el Censo], pero no sé cuántos negros hay, porque [en noviembre de 2023] no se publicó la cantidad de negros. Entonces, sí hay discriminación. Creo que será más del 10%, porque no podemos olvidar que ahora tenemos a los inmigrantes [62.000, de acuerdo con el INE]. ¿Qué me respondieron? Que [el dato] ya va a salir.

P. Usted viene de Cerro Largo, un departamento fronterizo con Brasil, donde vive un alto porcentaje de población afrouruguaya. ¿Cuánto pesó en su vida y en la de su comunidad la discriminación?

R. La invisibilización siempre existió, estos temas no se hablaban. El negro no hablaba porque prácticamente ignoraba su historia y estaba tan subordinado que lo veía como algo normal. Nosotros somos dos hermanos, nos criamos al lado de mis dos padres, que siempre fueron muy de contenernos, y de mi abuela, que era hija de un estanciero. De un estanciero blanco. Fue una hija fuera del matrimonio, algo muy normal en el interior y en la frontera. El patrón embarazaba a las sirvientas y la patrona lo sabía perfectamente.

P. ¿Usted cuándo lo supo?

R. Me enteré de grande, porque soy muy curiosa; en mi familia nunca se habló de eso. Mi abuela se crio en la estancia como la hija nunca reconocida de la sirvienta. La madre de mi abuela había entrado desde Brasil, donde todavía estaban en condiciones de esclavitud [en Brasil la esclavitud se abolió en 1888, en Uruguay en 1842]. Los negros cruzaban la frontera seca y se iban a trabajar a las estancias de Cerro Largo. Trabajaban por la comida y el techo, no les pagaban. Mi bisabuela, como otras mujeres, fue embarazada por el patrón.

P. Cuyos descendientes son sus parientes. ¿Lo reconocen?

R. Ahora lo reconocen, porque Gloria es senadora. Antes era la hija de la negra. Parte de la familia de ese estanciero me dice: “Gloria, somos parientes”. Y yo les digo: “Parientes ilegítimos”. Cuando muere el papá de mi abuela, el estanciero, le regalaron a mi abuela un terreno para que se hiciera una casa en el pueblo. Tengo muy presente que aquellas personas [sus hermanos], llegaban con bolsas, porque mi abuela les lavaba la ropa y la planchaba con almidón. Para mí eran los patrones.

P. Usted prefiere no nombrarlos, no ponerles apellido.

R. No les pongo apellido. Están lejos y son conocidos. Con algunos estamos vinculados y me parece que es injusto hacerlos sentir mal a ellos. No tienen responsabilidad por lo que pasó. En mi niñez no me faltó nada, tampoco me sobró nada. Ellos siempre me ayudaron, para educarme, para vestirme. Después me cerró el porqué de esa ayuda.

P. ¿Esa discriminación la vivió también en la escuela o en la secundaria?

R. Viví situaciones de racismo, obviamente. En el colegio católico me sentí muy discriminada en el trato. Eran todos blancos, yo era la niña negra y pobre, que iba a ese colegio gracias a los demás, porque me ayudaban. Recuerdo que mi mamá me hacía dos trenzas con una cinta blanca y una moña grandota. Los chiquilines siempre me tiraban de las trenzas y me decían: “¡Cabeza de fregacito! [esponja para limpiar aluminio]”. Mi mamá me decía: “no te preocupes, vos sos hermosa”. Eso me marcó, pero tuve mucha contención.

P. Ha contado en varias ocasiones que, en Melo, su ciudad natal, negros y blancos no podían ir al mismo club social. ¿Puede explicarlo?

R. Al Club Unión, donde iban los más adinerados, los afrodescendientes no podíamos concurrir. Sus estatutos decían que las “personas de color” tenían prohibida la entrada. Empezamos a entrar recién en la década de 1990. Y fue gradual. Yo iba a bailar al Centro Uruguay, que se se creó para los negros. Pero cuando terminé el bachillerato, la fiesta de fin de año se hizo en el Club Unión, para los alumnos y sus familias. Entonces llegó la información a casa de que a mí me admitían, pero a mis padres no, porque eran negros. Fue espantoso, pero nadie cuestionaba nada.

P. ¿Usted no lo cuestionó?

R. Yo nunca me callé, tuve una juventud muy rebelde. Me molestaba la pasividad con que se aceptaban esas cosas. Me enojaba con mis padres. Mi papá, que era un hombre conservador y herrerista [por Luis Alberto de Herrera, caudillo conservador del Partido Nacional], siempre decía: “Esta gurisa [chica] es comunista”. Ahora me arrepiento de haberlos cuestionado tanto.

P. ¿Situaciones como esas determinaron su incursión en la política?

R. No sé si en la política [partidaria], sí en el activismo social. Empecé a trabajar en temas sociales, acercándome a los más débiles, ahora diría a las minorías. Todavía hoy, porque la sociedad uruguaya es muy racista, discrimina muchísimo.

P. ¿Cómo se manifiesta ese racismo?

R. En las oportunidades: Entre un hombre blanco profesional y un hombre negro profesional, vamos a elegir al hombre blanco. Entre una mujer blanca profesional y una mujer negra profesional, vamos a elegir a la mujer blanca. En la educación: las chicas y los chicos [afrodescendientes] muchas veces no pueden terminar sus estudios porque tienen que salir a trabajar para ayudar a su familia. Nosotros en todos los ámbitos siempre somos excepciones. Cuando me dicen: “Pero vos llegaste”, yo les digo que no me pongan de ejemplo de nada, soy una excepción, llegué por excepción. Ahora, yo hice el triple de lo que hicieron otros para tener lo mismo. Y lo sigo haciendo hoy.

P. ¿En qué aspectos ha cambiado Uruguay con respecto a su juventud?

R. Ahora estamos hablando de este tema. Treinta años atrás no lo hablábamos, sentíamos vergüenza de ser negros. Hoy los jóvenes, las nuevas generaciones, muestran su negritud. Salen a la calle y se paran las motas, orgullosos de sus pelos. Cambió porque tenemos una camada de gente joven que ha logrado estudiar y se identifica con el colectivo. Y levantan sus voces. Hoy contamos con acciones y políticas afirmativas por el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil. También debo decir que esas políticas afirmativas hacia el colectivo afrodescendiente tuvieron un gran impulso en los Gobiernos del Frente Amplio [coalición de izquierda que gobernó entre 2005 y 2020].

P. Usted ha dicho que es “hija de la ley de cuotas”, impulsada por el Frente Amplio y que permitió el ingreso de más mujeres al Parlamento en 2014. ¿Las aspiraciones de cambio que usted tiene no chocan con las raíces conservadoras del Partido Nacional? ¿Rema contra la corriente?

R. No, porque hoy soy senadora. Creo que he contribuido a generar ese cambio tan necesario en el herrerismo [ala conservadora del Partido Nacional], que se ha aggiornado. Hoy soy la vicepresidenta del herrerismo, una mujer que, por ejemplo, defiende los derechos de las personas con diferentes identidades sexuales. Ahora, vuelvo a repetirlo: trabajo tres veces más que quienes no son mujeres ni negros, para obtener es lo mismo.

P. Dentro de esas políticas afirmativas que mencionaba está la ley que establece que el 8% de los puestos de trabajo en instituciones públicas deben ser ocupados por afrodescendientes. Pero esto se cumple en solo seis de los 126 organismos registrados, de acuerdo con Presidencia. ¿Qué ha pasado?

R. Nunca se cumplió, ningún Gobierno lo cumplió. La ley es muy buena, pero de qué me sirve a mí si hay un llamado, está la cuota afro, y yo no cumplo con las bases de ese llamado. De nada. Tenemos que trabajar sobre la educación. Si nosotros no nos educamos, podemos tener todas las leyes del mundo, pero no nos van a servir de nada. Necesitamos educación y oportunidades.

P. Usted forma parte del actual Gobierno de coalición. ¿Qué se ha hecho para cambiar esta situación?

R. En 2020 presenté un proyecto de ley que se convirtió en una dirección [División de Promoción de Políticas Públicas para Afrodescendientes] para que las personas afrodescendientes se capaciten. Por primera vez en la historia, el colectivo afro de nuestro país cuenta con presupuesto propio para llevar adelante políticas de acciones afirmativas.

P. Un proyecto de ley impulsado por usted busca la paridad de género en los cargos políticos de Uruguay. Sus correligionarios del Partido Nacional son quienes más se oponen porque, según afirman, las mujeres deben llegar por sus propios méritos. ¿Usted qué les responde?

R. Hay temas que caen por su peso. ¿Los varones llegan por mérito? ¿Cuáles son los méritos que se les exigen a las mujeres? Nosotras , las mujeres, tenemos que hacer de Supermarías, mientras que cualquier Juancito llega. Lo que estoy solicitando es que en un país donde el 52% de la población somos mujeres eso se refleje en el sistema político. Porque mujeres líderes y empoderadas sobran. ¿Qué sucede? No nos permiten liderar.

P. ¿Habrá más mujeres afrodescendientes en las listas del Partido Nacional en las elecciones generales de octubre de 2024?

R. Espero que sí, pero no lo veo. Las mujeres negras militan y militan, pero lamentablemente no encuentran lugar, ni en el Partido Nacional ni en otros partidos.

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